Folleto Informativo Elaborado por el Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN en colaboracion con la FEEN. ( Descargarlo en PDF )
El ictus es un conjunto de enfermedades que afectan a los vasos sanguíneos que suministran sangre al cerebro. Puede tratarse de una hemorragia cerebral, cuando uno de estos vasos se rompe o de un infarto si una arteria se obstruye y no permite que la sangre se distribuya.
El cerebro es el órgano humano que consume mayores cantidades de oxígeno y de glucosa. Necesita una quinta parte de la sangre que sale del corazón (un litro cada minuto) para su normal funcionamiento. Esto explica que el sistema nervioso sea un tejido muy sensible a las alteraciones del aporte de sangre. El ictus se produce cuando un vaso sanguíneo que lleva sangre al cerebro se rompe o bien es taponado por un coágulo u otra partícula. Debido a ello, parte del cerebro no consigue el flujo de sangre que necesita. La consecuencia es que las células nerviosas del área del cerebro afectada no reciben oxígeno, por lo que se dañan y no pueden funcionar. Algunas células soportan muy poco tiempo la ausencia de sangre y mueren, pero otras son capaces de subsistir durante algunas horas. Por ello es muy importante que se apliquen las medidas necesarias para el tratamiento de manera urgente. La rapidez con que se traslade al paciente al hospital y la atención especializada y urgente para completar el diagnóstico e iniciar el tratamiento más adecuado, permite recuperar este tejido cerebral lesionado y favorecer que el paciente quede sin ninguna incapacidad o con muy pocas secuelas.
Uno de los principales aspectos del tratamiento es la prevención. Para ello hay que identificar y controlar los factores de riesgo de padecer un ictus. Algunos no se pueden controlar (la edad, los antecedentes familiares, la raza o el sexo). Sin embargo, la mayor parte de los factores que aumentan el riesgo pueden ser modificados y tratados.
De estos los más importantes son:
Además los antecedentes de otras enfermedades de los vasos sanguíneos (angina de pecho o infarto de miocardio, arteriosclerosis de los vasos sanguineos de las piernas o de las arterias carótidas...) pueden servir para que su medico le identifique como un paciente de riesgo y le ponga el mejor tratamiento preventivo.
Es muy importante saber reconocer los síntomas de un ictus para poder actuar rápidamente. Los síntomas de un ictus aparecen bruscamente. En cada caso dependerán de la zona del cerebro dañada por la alteración del flujo de sangre y pueden ser muy variados. Sin embargo, en la mayor parte de los casos consistirán en uno o varios de los siguientes:
Si el paciente o sus familiares sospechan que se está experimentando cualquiera de estos síntomas debe acudir al hospital más próximo, aunque los síntomas remitan por completo. El hecho de que se hayan presentado indican riesgo elevado de que el cuadro se repita y se instaure de manera permanente.
Existen diversos tipos de ictus.
Los ictus producidos por la obstrucción del aporte de sangre al cerebro se denominan ictus isquémico o infarto cerebral. Cuando el trastorno es transitorio (menos de 24 horas de duración) se denominan AIT o ataque isquémico transitorio. Pueden originarse por la obstrucción de una arteria del cuello o de la cabeza como consecuencia del crecimiento de una placa de ateroma (arteriosclerosis) en la pared de estos vasos sanguíneos. Estas placas de ateroma, se desarrollan en relación con la hipertensión arterial, con la diabetes, con el colesterol elevado, con el consumo de cigarrillos y en general con los factores de riesgo vascular. Los ictus isquémicos producidos por este mecanismo se denominan aterotrombóticos o, más comúnmente, trombosis cerebrales.
Otras veces, los ictus isquémicos se originan como consecuencia de la obstrucción de una arteria del cerebro por un coágulo de sangre que procede, habitualmente, del corazón. Una porción del coágulo se desprende y viaja por el flujo sanguíneo hasta que encuentra un vaso que es más pequeño y lo bloquea. Estos ictus isquémicos se denominan ictus cardioembólicos o embolias cerebrales. Una de las causas más frecuentes de estos son algunas arritmias cardiacas.
En un 20 por ciento de los pacientes, el ictus es originado por la rotura de una arteria del cerebro, originando un cuadro clínico grave denominado ictus hemorrágico o hemorragia cerebral. La arteria rota puede estar localizada en el interior del cerebro (hemorragia intracerebral, favorecida por la presencia de hipertensión arterial y menos frecuentemente por malformaciones de los vasos sanguineos), o bien, en su superficie (donde ocasiona una hemorragia subaracnoidea que se relaciona con la presencia de dilataciones, muchas veces congénitas, de la pared de los vasos sanguíneos, denominadas aneurismas).
Hay que hospitalizar al enfermo urgentemente para que esté bajo vigilancia estricta por especialistas en neurología y para que se inicien de manera muy precoz las medidas de diagnóstico y tratamiento adecuadas.
El tratamiento específico dependerá del paciente concreto, de la evolución del proceso y del tipo de ictus.
En todos los casos se recomienda el manejo por neurólogos expertos en unidades especializadas de cuidados intermedios denominadas Unidades de Ictus. En ellas se aplican medidas de diagnóstico, cuidados generales, tratamiento específico y control de complicaciones que permiten asegurar la mejor evolución para los pacientes
En algunos ictus isquémicos cuando llevan menos de 3 horas de evolución desde el inicio de los síntomas y en sujetos cuidadosamente seleccionados para evitar complicaciones, es posible la disolución del coagulo mediante la administración de fármacos por vía intravenosa. Este tratamiento, denominado trombólisis o fibrinolisis permite restablecer la circulación cerebral y así mejorar la evolución y reducir las secuelas.
Sólo algunas hemorragias cerebrales necesitan tratamiento quirúrgico para eliminar el hematoma.
Los aneurismas y las malformaciones vasculares pueden requerir tratamiento quirúrgico para excluir la malformación de la circulación y así evitar el sangrado producido por su rotura. También pueden ser cerrados desde dentro del propio vaso (tratamiento endovascular) mediante un cateterismo.
Sea cual sea el tipo de ictus es fundamental que el paciente sea atendido urgentemente por neurólogos para recibir el tratamiento más adecuado y asegurar la mejor evolución.
Una vez superada la fase aguda los cuidados del paciente deben ir dirigidos a prevenir nuevos episodios y a rehabilitar las discapacidades residuales.
La prevención dependerá del tipo de ictus y de su causa.
El neurólogo indicará el tratamiento para controlar los factores de riesgo así como fármacos para evitar la formación de las placas de ateroma o de nuevos coágulos (antiagregantes, anticoagulantes, fármacos para el colesterol, el azúcar o la hipertensión)